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Un viajero en la Roquetas del siglo XIX: su visión sobre los roqueteros

Un viajero en la Roquetas del siglo XIX: su visión sobre los roqueteros

En esta tercera entrega, Simón de Rojas Clemente llega a Roquetas y recoge las principales formas de vida de los roqueteros: la sal, la sosa, la agriculturay la pesca, pero también afila su pluma contra los lugareños

JUAN MIGUEL GALDEANO

ROQUETAS DE MAR

Jueves, 13 de octubre 2022, 09:49

En los pasados meses seguíamos los pasos de uno de los principales personajes que visitó Roquetas de Mar hace 200 años. Sin duda, fueron muchos los viajeros románticos que recorrieron España en el siglo XIX y principios del XX, pero solo unos cuantos se dejaron caer por esta tierra, así que su testimonio es fundamental para conocer esa época.

Vimos ya cómo nuestro querido botánico Simón de Rojas Clemente había partido de Dalías el 31 de marzo de 1805, durmiendo al raso esa noche con unos pastores en el Soto de las Machorras, en las proximidades del actual San Agustín (El Ejido). Al día siguiente, ya 1 de abril, llegó a las salinas de Punta Entinas, que también le impresionaron bastante, como recordarán: se preguntó de dónde provenía su sal, averiguó las consecuencias de los recientes terremotos y se entrevistó con varios salineros. Allí debió estar todo el día, estudiándolas y realizando sus anotaciones, pues no llegó a Roquetas hasta el 2 de abril, un día después.

Son muy interesantes los datos que da sobre los roqueteros y su vida cotidiana. Por ejemplo, recoge que «Roquetas, pueblo de 50 años ha y que ahora tiene más de 500 vecinos», evidenciando la corta vida de Roquetas pero su rápido crecimiento poblacional. La visión que ofrece sobre ese medio millar de vecinos es la de una población que lucha por su supervivencia en un territorio hostil, señalando que «su industria notable [es] la de quemar muchas plantas espontáneas que crecen abundantes en los terrenos salitrosos e incultos por lo mismo, que ellos llaman Algaidas, para sacar de ellos la sosa». Con estas palabras nos está describiendo ni más ni menos el que fue uno de los pilares clave en la economía del siglo XIX roquetero, la sosa y barrilla de la Algaida que, tras quemarlas, se obtenían unas cenizas utilizadas como el jabón de la época, que era exportado por mar.

La falta de agua era otro problema grave tanto para el consumo humano como para la agricultura. En primer lugar, existían algunos pozos, de los que señala nuestro viajero que «sus aguas para beber, iguales a las de Adra, es decir, de mal sabor por salobres, pero que no sientan mal». Sin embargo, las gentes de este Sureste árido habían agudizado el ingenio para aprovechar todo lo que estaba a su alcance, pues «en Roquetas fecundan grandemente las aguas que bajan por los barrancos, así ellos encaminan éstas a que se desparramen por los suyos». Es decir, nos está hablando de cómo los lugareños abrían pequeños canales para regar sus campos con el agua que traían las ramblas. Debía ser una técnica muy habitual, puesto que si esas aguas «son muchas, las obligan a salir lentamente para que dejen en el campo el beneficio que traen».

Mencionadas ya las salinas, la sosa y la agricultura, no nos podemos olvidar del cuarto pilar económico de la Roquetas del siglo XIX: la pesca. Simón de Rojas apenas dirá nada de ella, simplemente la escueta frase «la pesca es otro recurso de Roquetas», porque su intención naturalista era prestar mucha más atención al campo, la botánica y el suelo que al mar. No obstante, una vez llegue en su periplo al pueblo de Cabo de Gata, dirá que «los que trabajan en la Almadraba del Cabo son cuatro barcas de Roquetas y ocho de Vera». Esto nos habla de que los roqueteros no pescaban solamente en el litoral más cercano, sino que viajaban a destinos más lejanos como Cabo de Gata e incluso el Estrecho de Gibraltar, cuestión que dejaremos para otra ocasión.

Sin embargo, parece que Roquetas no terminó de gustarle a nuestro viajero. Así, debió pillarle unos días de notable viento (cuestión poco complicada en esta zona), pues escribió que «Roquetas sería tal vez más sana si no fuese tan sumamente ventilada, no teniendo quien la defienda de Levantes y Ponientes». Pero su peor opinión la reservó para los propios roqueteros, pues afirmó que «en Roquetas me pareció la gente muy tosca y nada buena, su miseria y desnudez chocan mucho; tienen un aspecto desagradable y desaseado». Simón de Rojas, con su descripción e incluso con su clasismo, nos está ofreciendo un retrato de estos primeros roqueteros, gente humilde y muchos de ellos pobres, muy castigados por el sol, el viento y la dureza del terreno en el que vivían.

Pero ni siquiera eso lo reconocerá, y en ese sentido hemos dejado lo más gordo para el final, pues llegó a decir que «éstos y cualquier otro vicio no se extrañarán si se considera que los actuales vecinos son hijos y nietos de unos vagos, criminales y, a lo menos, mal criados que se establecieron en Roquetas recogidos o llegados de todas partes». Sin duda, se trata de una grave crítica y que seguramente se vio influida por las opiniones que escuchó en pueblos cercanos. En este sentido, sí debemos reconocer que nuestras costas fueron un punto de entrada de contrabando y que existían zonas donde podían refugiarse personas que huían de la ley, como las Cuevas de la Reserva, en la zona de Buenavista.

Sin embargo, no cabe duda de que Roquetas era una tierra de oportunidades y no deja de ser contradictorio reconocer la maña para reconducir el agua de las ramblas o el trabajo en una zona pantanosa como la Algaida, para afirmar a renglón seguido que los roqueteros eran vagos y malcriados. No es el único testimonio sobre los roqueteros de antaño, ni tampoco ha acabado la visita de Simón de Rojas por estas tierras así que, como toda buena serie, dejamos la continuación de su periplo para el siguiente capítulo.

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