Las ramblas son un aspecto diferenciador de los paisajes de la España mediterránea y están especialmente presentes el Sureste peninsular. Si tuviésemos que buscar una definición, diríamos que no son ni más ni menos que el camino que el agua ha encontrado y creado en nuestra seca tierra a lo largo de siglos de historia.
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Los ríos no existen en el Campo de Dalías, es evidente. Pero como siempre, hay que preguntarse el porqué. El primer factor, sin duda, es la corta distancia que hay entre la Sierra de Gádor y el mar. Así, no caben comparaciones con ríos de larga longitud del Sureste, como el Segura con sus 325 km, ni siquiera con el Andarax o el Almanzora, que recorren 55 y 110 km, respectivamente. Aquí, la máxima longitud que podrían alcanzar esos ríos desde la Sierra de Gádor sería de poco más de 20 km, donde hay escaso margen para recabar gran caudal ni para sumar muchos afluentes.
El segundo, la baja pluviosidad: si estuviésemos en la Cordillera Cantábrica, seguramente a pesar de esa escasa distancia hasta el mar, algo de agua llevarían, pero en el Poniente desde luego la climatología no ayuda. El tercero, en cualquier caso, es determinante, y es la permeabilidad del terreno: gota que cae, gota que se filtra en dirección al acuífero. Solamente en otoño, cuando esa poca agua que cae lo hace de forma torrencial, se forman auténticos torrentes que circulan por las ramblas.
Las ramblas de la mitad occidental del Campo de Dalías no acaban en el mar, con la excepción de la Rambla del Loco en Balerma, debido a que a lo largo de la comarca existen plegamientos geológicos que se convierten en auténticas barreras para el agua, según nos explica José Manuel López Martos. Así lo vemos con la Rambla de Carcauz, que muere al norte de La Mojonera, simplemente absorbida por el terreno. Sin embargo, en su mitad oriental de la comarca sí ocurre, llegando al mar todas ellas en el término municipal de Roquetas de Mar, desde la Rambla del Cañuelo, que atraviesa Roquetas pueblo, pasando por la del Pastor, la de las Hortichuelas, la de San Antonio y la de la Gitana, hasta el Barranco del Cañarete, junto al Puerto de Aguadulce. Algunas de ellas desembocan en La Algaida, aportando agua crucial para este histórico humedal.
Ligadas al ser humano
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Todas estas ramblas, además de ser un espacio natural que debemos valorar y cuidar, han estado íntimamente ligadas al ser humano, influyendo, limitando y ayudando a los habitantes de estas tierras desde hace siglos.
Así lo vemos en el poblamiento. Aunque sea algo lógico, seguramente muchos de nuestros fieles lectores no hayan caído en que los núcleos históricos de Roquetas y Aguadulce se levantaron en zonas ligeramente elevadas y no junto a las ramblas, aunque por la evolución que han tenido ambos núcleos hayan acabado incorporándolas y encauzándolas.
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De hecho, los almerienses de antaño tenían una cosa muy clara, que se resume en el dicho «la rambla baja con sus escrituras». Las ramblas siempre han inspirado respeto, por lo impredecible de sus riadas, que demuestran que los límites de las ramblas los ponen ellas mismas, y no el ser humano con su urbanismo.
La otra cara de la moneda es que esa agua que transportan, a veces muy violentamente, valía su peso en oro para aquellos que nos precedieron. Así, se idearon sistemas de captación y aprovechamiento de ese caudal, como ocurría en el ramblizo que pasaba por la actual Avenida Gustavo Villapalos, que regaba las huertas de la zona según nos cuenta Gabriel José Cara, o la Rambla de la Culebra, cuyos cortijos de alrededor disponían de acequias que los vecinos limpiaban y preparaban cuando preveían que iba a traer agua la rambla, nos cuenta Sasi Barroso. Pero sin lugar a dudas el caso más paradigmático es el de la Rambla de las Hortichuelas, con un complejo hidráulico que aprovechaba con boqueras y norias el agua que se filtraba de la rambla, una cuestión de la que hablaremos en otro momento.
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Chumberas e higueras
El aprovechamiento agrícola no se quedaba solamente en el agua, pues en sus márgenes se plantaban chumberas e higueras, que aprovechaban el agua de las rambladas, a la vez que agarraban el terreno y protegían a la población de las riadas. Igualmente se recogían plantas y frutos que, de forma natural, nacían en su cauce, como hinojos y alcaparras. No podemos olvidar tampoco el papel de los pastores, que las usaban como vía de paso y especialmente para la alimentación de sus rebaños, gracias a la vegetación que crecía en su lecho.
Precisamente, incidiendo en ellas como zona de paso, debemos señalar que históricamente las ramblas han permitido comunicar la costa con los pueblos y cortijos de la Sierra de Gádor. Según nos cuenta Gabriel J. Cara, la más importante en este sentido es la de las Hortichuelas, que conectaba con Felix y Enix y seguidamente las de Carcauz y El Cañuelo, que facilitaban la comunicación con la cortijada de Casablanca.
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Aunque las nuevas generaciones no lo hayan vivido, esta cortijada era crucial tanto por sus molinos harineros como por ser un foco de producción de frutas junto a El Cañuelo, bajando por la rambla sus habitantes a Roquetas para vender peras, melocotones, almendras y otros productos.
Tampoco podemos olvidar la Rambla de Vícar, vía de comunicación directa con este pueblo. Vías de comunicación que, por cierto, también necesitaban ser defendidas de piratas y contrabandistas, y fruto de ello ahí tenemos la desaparecida Torre de Rambla Honda junto a la Rambla de San Antonio o el baluarte de los Castillejos en la Rambla de las Hortichuelas.
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En definitiva, las ramblas han estado muy presentes en el devenir histórico del Poniente Almeriense, construyéndose un paisaje cultural mano a mano, entre la base natural y el aprovechamiento humano, que permiten comprenderlas como hitos de nuestra geografía. Por ahora, sin embargo, para las administraciones y muchos vecinos las ramblas son simplemente vertederos o patios de atrás de nuestros barrios, pero no cabe duda de que merecen ser vistas desde una nueva perspectiva.
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