Juanmi Galdeano
ROQUETAS DE MAR
Martes, 4 de abril 2023, 17:40
El mes pasado iniciábamos una pequeña serie de artículos con la intención de abordar en esta sección la historia de uno de los principales monumentos y símbolos de Roquetas de Mar, el Castillo de Santa Ana. Toda construcción, también nuestro castillo, ha sido fruto de un proceso histórico, una de suma de capas que podemos ir descubriendo como si de gajos de una cebolla se tratasen, superpuestas una a la otra.
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Así, hablábamos de una primera torre de origen medieval, concretamente nazarí, que formaba parte de un cinturón defensivo junto a la Torre del Esparto (Torrequebrada) y la Torre Bermeja (cerca de Punta Entinas), enlazando a su vez con las demás del litoral almeriense, granadino y malagueño. Tenían por finalidad proteger al Emirato de Granada de los ataques cristianos, ya procediesen de la Corona de Aragón o de Castilla. Sin embargo, una vez cae Almería en manos cristianas en 1489, y la ciudad de Granada en 1492, las torres son asumidas por el nuevo poder castellano, primero de Isabel la Católica, y posteriormente de Carlos V y los sucesivos monarcas.
En un primer momento simplemente hubo un cambio de tornas: estas fortificaciones dejaron de estar en manos musulmanas para protegerse de los ataques cristianos, y pasaron a estar en manos cristianas para defenderse de las incursiones musulmanas. Así lo refleja una provisión de los Reyes Católicos, quienes mandan que «en la Estançia de las Roquetas a de aver tres peones que ganen a veinte e cinco maravedís cada día cada uno dellos».
Las torres del Esparto y Bermeja continuaron tal cual, pero curiosamente la de las Roquetas no, pues sabemos que en algún momento entre 1501 y 1522 la ciudad de Almería, de la cual dependía todo este territorio, decidió ampliar esa torre y convertirla en castillo, según nos cuenta Gil Albarracín. ¿Los motivos para elegir ésta y no las otras dos? Se trata de una cuestión que podríamos discutir, pero seguramente se encontrase en mejor estado y, sin duda, su ubicación en una meseta elevada sobre el mar y protegiendo la ensenada en la cual se ubica actualmente el puerto roquetero.
Pero no podemos olvidar un tercer factor en el cual insiste Gabriel José Cara Rodríguez y que ya adelantaba en el artículo «Entre nazaríes y castellanos: las salinas de las tahas de Felix y Dalías» (Farua), coescrito con Marina Morón, José Manuel López Martos y un servidor, y no es ni más ni menos que la sal. Este oro blanco, obtenido de las Salinas Viejas y de Cerrillos (hoy Punta Entinas-Sabinar), sería un recurso lo suficientemente valioso como para no dejarlo desprotegido, jugando un papel clave en su almacenamiento y distribución el nuevo Castillo de las Roquetas.
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Así continuaría la situación durante unas décadas más, hasta que en 1568 estallase la Guerra de las Alpujarras, iniciada por los moriscos ante las conversiones forzosas y la persecución de sus rasgos culturales propios. Aunque la rebelión fue aplastada por los ejércitos castellanos, no hizo sino poner de manifiesto la precaria situación militar y defensiva del Reino de Granada, iniciándose una reorganización interna animada también por la amenaza del Imperio Otomano en el Mediterráneo. La corona, de hecho, puso un especial interés en conocer el estado de sus fortificaciones, llevando a cabo una visita de reconocimiento por parte del capitán Antonio de Berrio y del arquitecto Luis Machuca, quienes realizaron una serie de propuestas.
De este modo, el criterio que se siguió en muchos casos fue el de construir torres nuevas siguiendo técnicas arquitectónicas más modernas, bien en el mismo lugar que las nazaríes, bien en nuevas localizaciones más idóneas. Ése fue el caso de la Torre Bermeja, sustituida por la Torre de Cerrillos, más cercana al mar, y también el de la Torre del Esparto, que fue reemplazada por la Torre de Rambla Honda, entre la desembocadura de las ramblas de las Hortichuelas y de San Antonio.
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Sin embargo, ocurrió algo bien distinto con la Torre de las Roquetas, ya convertida en castillo, pues no sólo no cambió de ubicación, sino que se encontraba en un estado aceptable, como recogen Berrio y Machuca en 1571: «en estas Roquetas, encorporado con la propia torre está un reduto de muy buena muralla y nueva, con tres cubos a los tres lados y la torre que haze el quarto cantón, ques quadro». Estas pocas palabras nos aportan muchísima información, pues nos hablan de una torre original cuadrada («quadro») y tres torres circulares («cubos»), unidas por una muralla. Esa torre, de hecho, aunque parcialmente destruida durante las obras de rehabilitación, permanece en sus cimientos en el interior del bastión que mira al mar, tal y como recogemos en el plano del arquitecto Antonio Morales de 1987.
Por tanto, ya tendríamos a nuestro Castillo de las Roquetas en marcha, sin duda notablemente distinto a como lo vemos hoy en día y pendiente todavía de sucesivas reformas y nuevas construcciones en su interior, pero siendo ya un castillo al fin y al cabo. Nos queda hablar de los siglos siguientes, de cómo enlaza esta fortificación con la famosa Santa Ana y del papel que jugó la fortaleza en el nacimiento de Roquetas como pueblo. Pero esa historia, como de costumbre, la continuaremos en otro momento.
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