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Juanjo Aguilera
Martes, 10 de mayo 2016, 10:47
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Pero la fiesta taurina, sobre todo en los tiempos que corren, debe tener alicientes o, lo que es lo mismo, motivos para ir. Precios baratos, como ocurre en el coso roquetero, y buenos toreros, pero sobre todo faenas que sirvan como 'anzuelo'.
Ayer, la 'caña de pescar' la puso el festejo, con Juan José Padilla ?que sustituía al lesionado José María Manzanares?, Julián López 'El Juli' y Alejandro Talavante. Sin embargo, fue el extremeño el que llenó el anzuelo de un producto infalible para los 'peces', su doctrina. Ayer picaron todos, y con gusto, ante la magnitud de un toreo caro, carísimo, de unas formas sólo ejecutables por alguien tan magno como Talavante, firmante ayer de un toreo sublime.
'Oro molío'
Oro de muchos quilates. Alejandro Talavante representa un toreo de 'purísima y oro'. El pacense para los relojes cuando le sale 'su' toro y ayer lo tuvo por partida doble para exhibir dos faenas de culto, con una exquisitez casi ecuánime. Conocedor de las distancias, se las dio a los dos de su lote y las guardó para no 'ensuciarse', para ajustarse, para dominar, para gustar y gustarse, porque es ahí, cuando el toreo se gusta, cuando llegan los mejores muletazos.
Alejandro se gustó, ante sus dos toros. Con su primero, se exhibió poco con el capote, casi como si guardara fuerzas para la faena de muleta. En ella, estuvo sublime. Compuso una faena de toreo hondo, templado, largo, con el tiempo justo entre tandas, con calidad y riesgo.
Faena de las que dejan huella hasta en el albero, por ejecutarla con mucha pureza, la mano baja, arrastrando la muleta, siempre puesta, nunca 'expuesta' a los pitones del de Victoriano del Río ?tal vez el mejor de la tarde?, embebido y casi hipnotizado, ante la majestuosa exhibición de derechazos y del largo toreo al natural, siempre enlazadas ambas por excelentes 'adornos' de cambios de mano. Una tanda de manoletinas de las que sólo ejecutan los 'grandes' dio paso a la suerte suprema, en la que Talavante se ganó la puerta grande.
De todas formas, de no haber llegado el triunfo en el primero, la faena al sexto ?un toro también bueno? sólo tuvo el 'pero' de la espada. Hasta llegar ahí, el diestro pacense mostró la majestuosidad de unas formas que sólo la tienen los grandes. Variado con el capote, lo mejor llegó con la muleta, sin olvidarse el quite por gaoneras en el centro del anillo.
Con la franela, el pacense 'repitió' el toreo caro de su primera intervención. Una faena comenzada con la majestuosidad del lugar de la ejecución, sobre una 'moneda', sin corregir, hasta sacarle ocho muletazos de 'cartel de toros', dejando una huella imborrable por las posteriores tandas, tanto por el pitón derecho como en el toreo al natural, con esa pizca de brillantez que diferencia esos pasos de un simple muletazo. Otra vez, temple, mano baja, tandas ligadas y ceñidas, cargadas de mando y disfrute, a la que le faltó que la espada cayera bien en su primer intento para montar un lío que fue gordo, pese a todo.
El jaleo
De antemano, ver a Padilla hacer el paseíllo en una plaza de toros, supone un ejercicio de reconocimiento a la valentía que no ofrece debate de ningún tipo. Con la admiración anticipada, al diestro jerezano se le vio, en su primero, 'café con leche', con algunas cosas buenas, pero también con otras malas. Su lanceo a la verónica, con el que recibió a su primer enemigo, no deparó la fijeza que esperaba del animal hacia el engaño. Vibrante con los palitroques, sí que hubo poderío para ganarle los terrenos. Heroicidad y mucha pureza en el encuentro. Sin embargo, al diestro jerezano le faltó acoplarse a un animal que ofrecía ventajas para el diestro, que no las entendió sin embargo. Toreo de cercanías, en redondo, en un tono general, sí bien es verdad que hubo destellos interesantes como el trasteo ejecutado con dosis de arrojo y aguante que le valieron para ir acumulando 'haberes' a la hora de justificar una oreja, concedida tras una buena estocada.
Con el segundo salió revolucionado. Rodillas en tierra, Padilla recibió al cuarto con dos largas cambiadas de mucho riesgo para luego cumplir con el toreo de capa, prólogo de una faena en la que no hubo nada nuevo, toreo de nuevo en redondo, con demasiado tremendismo, amén de un segundo par de banderillas de poder a poder y del epílogo, en el que se lució con un abaniqueo y una serie de derechazos mirando al tendido que terminaron por 'tintar' los tendidos de pañuelos.
Sello
Si los toros se marcan con arreglo al hierro de la ganadería, la mayoría de los toreros tiene también hierro propio. El Juli es dueño, desde hace años, de un toreo donde el denominador común es el poder. Lo ejerce hasta andando. El madrileño construyó a su primero una faena en la que se fue imponiendo paso a paso, pase a pase y desde que cogió el percal ante un toro que prestó cierta colaboración y El Juli es de esos a los que le das la mano y te coge el brazo. Compuso una faena a la que sólo le faltó matar bien, pero sobre todo pronto. Su manejo de las artes mostró las 'ventajas' que Julián López suele ejercer, a la distancia, templado, humillando al toro, arrastrando las bambas de la muleta, tanto con la derecha como con el toreo al natural.
En su segundo, El Juli trató de escribir un cuento al que le faltó la emoción de un final feliz. Mató bien, pero fue una faena sin emoción, sin riesgo en la que él lo puso todo y su enemigo nada. Su voluntad le valió irse con un trofeo en una tarde con historia. La que marca la feria del décimo aniversario, eso sí, con la velas de un toreo brillante ejecutado por un grande como Alejandro Talavante.
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